Palabras de saludo de S.E. Mons. Paolo Giulietti, Arzobispo de Lucca
en la Convención Valtortiana- 13ª Italiana y 4ª Internacional – celebrada en Viareggio el sábado 29 de octubre de 2022
Mi breve saludo va ligado a lo que acaba de decir Don Ernesto sobre el importante tema de la relación entre las dos naturalezas -humana y divina- en la persona del Verbo Encarnado, y de cómo un pasaje de María Valtorta puede ayudar a comprender mejor esta relación. La humanidad de Jesús es el “lugar” en el que se manifiesta el Hijo, la segunda persona de la Trinidad, y a través del cual se realiza su obra de salvación. Todo pasa por esta humanidad: la palabra, la acción… todo se realiza a través de la carne de Jesús.
Esta humanidad, precisamente porque es verdadera, sólo puede someterse plenamente a la misión cuando se hace adulta, como le sucede a todo hombre. ¿Cuándo acogemos plenamente la misión a la que estamos llamados en nuestra vida? Cuando nos hacemos adultos. El adolescente, el niño… a pesar de tener su propia “perfección de humanidad”, no pueden aceptar plenamente la misión, porque su estructura humana no se lo permite. Por ejemplo: podemos ser padres no solo cuando somos biológicamente capaces, sino cuando estamos listos para dar nuestra vida. El adolescente no puede hacer plenamente esta donación de sí mismo, sino sólo hasta cierto punto: es el adulto quien es plenamente generativo, como nos enseña la psicología evolutiva. Es el adulto el que puede decidir libremente hacer de su vida un don, incluso para quien no lo merece o para quien es incapaz de corresponder. Y esto es lo que nos hace capaces de ser esposos, padres, sacerdotes… En efecto, los demás no siempre merecen ser objeto de amor; de hecho, a veces no se lo merecen en absoluto.
Esto también le sucede a Jesús: su humanidad acoge plenamente la misión recibida del Padre cuando se hace adulto. No es que su humanidad sea primeramente imperfecta, sino que es su madurez la que le hace capaz de reconocer y aceptar aquella misión que se manifiesta en la bajada del Espíritu sobre el Jordán, que se hace más clara en los cuarenta días pasados en el desierto, y se expresa finalmente cuando se hace en todo instrumento del designio del Padre, en el llamado “ministerio público”, hasta la entrega total de sí mismo en la cruz.
Esto también debería pasarnos a nosotros, que luchamos por convertirnos en adultos y no siempre lo conseguimos. Por eso dice Jesús, en el pasaje valtortiano citado por don Ernesto: “Cuando seáis adultos” -es decir, cuando vuestra vida esté totalmente sujeta a la misión que habéis recibido- “también vosotros haréis lo que yo hago”. Como sucede eminentemente con los santos: hacen milagros no porque sean superhombres, sino porque su vida está totalmente sujeta a la misión, está totalmente consagrada a lo que Dios quiere de ellos. Por eso el Señor les da el don de hacer cosas extraordinarias. Cuando Cottolengo tira por la ventana el dinero que le sobra, porque se encomienda a la Providencia, el dinero llega al día siguiente, precisamente porque su vida está totalmente comprometida con la misión recibida. Dios actúa de manera extraordinaria en esta vida totalmente confiada a la Providencia. Cuando Francisco de Asís elige la pobreza, este abandono total hace que no le falte nada para vivir, precisamente porque está totalmente confiado: su vida está en todos los aspectos sujeta a la misión, por eso el Señor hace que sucedan cosas que manifiestan su poder, el hacerse presente en esta existencia totalmente dedicada a él. Y podríamos seguir.
En los escritos de María Valtorta, persona sencilla, a veces aparecen intuiciones sorprendentes que se refieren a conocimientos que ciertamente no son suyos. Creo que el trabajo que deben hacer los que se ocupan de su obra es exactamente lo que hemos pedido en la oración, es decir, que María Valtorta sea reconocida por la Iglesia, no sólo en su persona -porque creo que hay poco que objetar en su vida personal- sino en su obra, que es la que debe someterse a juicio con mayor atención, precisamente porque trata de Jesús, de lo que hace, de sus palabras… Sin duda, en esta capacidad de intuir cosas que seguramente están fuera de su capacidad intelectual y de sus conocimientos, se puede intuir un elemento de “sobrenaturalidad” objetiva, que debe ser investigado, explicado, comprendido… de tal modo que por un lado se reconozca el valor de esta revelación privada, y por otro se demuestre que en nada contradice el Evangelio, sino que, de hecho, puede ser una ayuda para entenderlo mejor.
Una ayuda para ser usada libremente, porque las revelaciones privadas -ya sabéis- están totalmente encomendadas a la libertad de cada uno: podemos usarlas o no. Algunos las necesitan y obtienen un gran beneficio espiritual de ellas; para otros pueden ser algo superfluo, como sucede con muchas revelaciones privadas que nos ha dejado la historia de la Iglesia. Cuando una revelación privada se declara auténtica significa que, para quien lo desee, puede constituir una ayuda segura para entrar en una mejor relación con el Señor, es decir, para comprender y acoger mejor la revelación pública, las Sagradas Escrituras y la Tradición, la cual manifiesta con autoridad y de manera vinculante para todos el santo misterio de Dios, tal como nos ha sido dado a conocer en el Señor Jesús.
Así que buen trabajo para quienes se encargan de esto y buen camino para todos vosotros. Buena jornada.